Colores y sabores prehispánicos en las seductoras calles de Asunción y algunos de sus pueblos ubicados tierra adentro.
Por las calles de Asunción un hombre empuja un carromato cargado de yuyos y dispara al aire decenas de aromas. Se destacan la menta y el cedrón. Cada dos cuadras, un puesto similar multiplica la escena y los olores. Allí se compran las hierbas para preparar el tereré. En la plaza, un puestero selecciona, del montón, cuatro variedades; las mezcla a golpes de mortero y las coloca dentro de un termo con forma de pequeño tonel. Por último, agrega dos grandes bloques de hielo. Sobre una tabla, ofrece equipos de mate para alquilar y tomar al paso. El sonido onomatopéyico del guaraní sale de todas las bocas. Indígenas venden artesanías en las aceras; también exhiben su identidad sumando vinchas adornadas con plumas de colores a su indumentaria. Peatones sin estrés avanzan entre los vendedores callejeros de licuados, que hacen sonar sus artefactos, los de chipá y sopa paraguaya. Mientras, señoriales, las banderas cuelgan de los edificios públicos recordando que el año entero será una fiesta con motivo del Bicentenario de la independencia de Paraguay .
Instantánea de una capital tranquila, donde la policía vigila tereré en mano y termo calzado bajo la axila. Para conocerla es válido empezar por cualquier punto, aunque para entender su historia mejor hacerlo por la Casa de la Independencia. Ubicada en pleno casco histórico, en las calles 14 de Mayo y Pte. Franco, esta construcción de 1772, colonial y con un gran patio central, recibe al visitante con un mural que recrea la Asunción de 1811. La casa museo es de adobe, con techo de caña y madera, y tiene cinco salas que describen el modo en que los grandes señores vivían por ese entonces, con retratos de ex presidentes –como José Gaspar de Francia, que gobernó durante 20 años–, armas y monedas. Además, ostenta su callejón histórico, por donde salieron los revolucionarios rumbo a la casa del gobernador para exigir su dimisión.
Cuatro cuadras hacia el centro se levanta el Panteón de los Héroes; un punto más que interesante para entender la idiosincrasia paraguaya. Es la cripta donde están las grandes figuras de la independencia, de la guerra de la Triple Alianza y del Chaco; junto con todos los presidentes que tuvo el país. Imágenes y placas recordatorias de Carlos López o Fulgencio Yegros pueblan las paredes. El edificio tiene 150 años y está recién restaurado. En la puerta, de manera permanente, se aposta la guardia de honor de la Fuerza Armada paraguaya.
De cara a la Bahía de Asunción y frente a la plaza de Los Desaparecidos está la Casa de Gobierno o Palacio de López. Esta obra arquitectónica de estilo neoclásico, que comenzó a construirse por encargo del presidente Francisco Solano López, en 1857, y se terminó diez años después, ha sido declarada Tesoro del Patrimonio Cultural Material de Asunción. Detrás se ve el puerto y el río. Frente a este edificio se encuentra la Manzana de la Rivera, un conjunto de nueve casas coloniales transformadas en museos. Una de ellas es la más antigua de la ciudad –data de 1750–; en otra funciona el Museo del Arpa, instrumento típico del país; y en la conocida con el nombre de “Casa Clari” hay un bar: ideal para ir al atardecer a tomar algo en su enorme balcón terraza. Desde allí se ve la casa de Gobierno, un espectáculo en sí misma por su increíble iluminación y arquitectura.
Para continuar explorando las raíces de este pueblo vecino, es imprescindible disfrutar del circuito ofrecido por el Centro de Artes Visuales Museo del Barro. El espacio está compuesto por los museos del Barro, el de Arte Indígena y el Paraguayo de Arte Contemporáneo. El primero alberga una colección de arte indígena de más de 1.700 piezas. El segundo resguarda 4.000 objetos del siglo XVII en adelante. Las perlitas del lugar son las 300 piezas de cerámica precolombina, el montaje de máscaras de la fiesta tradicional Kambá ra’ angá y el gabinete dedicado al ñandutí , una artesanía que consiste en un bello encaje realizado con hilos de seda y algodón. En tanto, el último museo muestra 3.000 obras, entre dibujos, grabados, objetos y esculturas, que incluye la producción de artistas locales y latinoamericanos.
Encuentro de culturas
En la época de la Conquista llegaron a Paraguay las órdenes franciscana y jesuita. Si bien tuvieron inserción, la primera tuvo más empatía con los guaraníes. Ellos eran semisedentarios: se asentaban en un territorio para descansar y sólo regresar allí pasados 40 años. Su gran búsqueda era la “tierra sin mal” y cuando moría un cacique practicaban la antropofagia como ritual, con el objetivo de adquirir su fuerza. Así, cuando los religiosos les hablaron de la importancia de consumir el cuerpo y la sangre de Cristo, los nativos lo asociaron con su tierra prometida.
Las creencias y prácticas guaraníes fueron incorporadas al arte del momento. Un ejemplo es Yaguarón , una misión de 1586 y que hoy tiene 26.000 habitantes. A 48 km de la capital, la joya del lugar es su templo, construido bajo directivas franciscanas, con mano de obra indígena, entre 1755 y 1772. La obra está en medio de una plaza vacía. Por fuera, sus paredes blancas, el techo a dos aguas y la simple cruz plateada ofrecen una sencillez extrema, diametralmente opuesta a la riqueza artística del interior. Desde el exterior llaman la atención las puertas talladas por los guaraníes, quienes, se cuenta, para entrar al bosque y buscar la madera con que las hicieron debieron solicitar permiso al dueño de la tierra, haciendo uso de sus flautas de caña.
Al ingresar en el templo, el viajero es sorprendido por un espectáculo de luces y sonidos. Gradualmente, el legado del arte barroco franciscano-guaraní, con su policromía de colores, se descubre ante los ojos. El altar mayor es un catecismo abierto, donde no aparece el Cristo crucificado, ya que no era factible que los nativos aceptaran que su cacique había muerto. La imagen principal es la del Padre creador –hecho con rasgos guaraníes–, luego la esfera que simboliza al mundo y el triángulo de la Santísima Trinidad. Alrededor, los ángeles representan al pueblo. Debajo, una alegoría de la paz y la justicia, Buenaventura, el santo patrono, y San Pedro. El cordero de Dios en el centro. Cada ladrillo de la cúpula del altar muestra caras de ángeles con rasgos autóctonos. El resto del techo exhibe la flor de un árbol típico de la zona. Al final del recorrido, dentro de la iglesia suenan el mimbao, la flauta mimby y el timbó en manos del grupo local Peteque Peteque.
Después de tanto patrimonio cultural, es interesante seguir viaje rumbo a la Eco Reserva Mbatoví , ubicada en Paraguarí , a sólo media hora de viaje. La propuesta allí es zambullirse en la exuberancia del verde y disfrutar del paisaje que ofrece la Cordillera de Los Altos –un grupo de sierras que parecen morros de diversos tamaños–, atravesándola por senderos, puentes colgantes, una tirolesa de 150 metros de largo, a 40 de alto, y haciendo rapel.
A poca distancia se encuentra Areguá , famosa por sus artesanías, su producción de alfarería para el hogar, el lago Ipacaraí y el cultivo de frutillas. El sitio cuenta con un casco histórico de gran relevancia, un paseo dedicado al arte popular, y La Casa del Lago, un centro cultural que expone cuadros, esculturas y fotografías de artistas locales.
Para la merienda, La Palmera es el lugar de la cita, donde Ña Ursula servirá un rico té con empanadas de mandioca y carne, sopa paraguaya, bolitas de arroz con queso y mandioca, pan de miel, alfajor de mandioca y dulce de guayaba. Colores y sabores que revelan uno de los costados posibles de este fascinante y poco conocido país vecino.
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