Tamami Humeyama quiere dejar en claro: ella ama Asunción, el lugar donde nació, pero también tiene afición por Japón, la tierra natal de sus antecesores.
“No cambiaría a Paraguay por nada”, dijo Humeyama, 47, quien es dueña de una peluquería en la capital de la nación. “La verdad es que es una tierra con gente maravillosa”.
En su hogar en Asunción vive junto a su marido y sus dos hijas, y sus dos mundos se unieron, 74 años después de que sus padres, Masato y Yaeko Humeyama, llegaran provenientes de Japón.
Humeyama es una de las 7.000 personas que son japonesas o que descienden de la Tierra del Sol Naciente. Representan una mínima porción demógráfica – cerca del 1,5% de los 6.3 millones del total de la población.
“Fui a Japón dos veces para vistar a algunos familiares”, comentó Humeyama, quien habla español fuera de su casa y japonés dentro de ella. “Mis hijas aún no han ido al país de sus ancestros. En nuestra casa, hacemos nuestra comida tradicional y vamos al centro budista”.
La llegada de inmigrantes japoneses a la república sin litoral data de 1936, cuando mediante un convenio entre ambos países, 11 familias japonesas se trasladaron a Paraguay para fundar una ciudad llamada “La Colmena”, ubicada a aproximadamente 130 kilómetros (80 millas) al sur de Asunción. Fue la primera de varias colonias fundadas por los japoneses, quienes se establecieron en localidades cercanas como Fuji, La Paz, Pirapó, Federico Cháves, Piraretá, Iguazú y Amambay, los cuales están dispersas en los departamentos de Alto Paraná, Paraguarí, Itapúa y Amambay.
La presencia de japoneses en Paraguay aumentó luego de la Segunda Guerra Mundial, dado que los ciudadanos buscaban un lugar donde empezar de cero luego de que su tierra fuera arrasada por la guerra.
Tasuo Takamami fue uno de los primeros japoneses en llegar a La Colmena.
“[Las autoridades paraguayas] nos dejaron ahí, sin ayuda, y tuvimos que vivir como pudimos para salir adelante”, comentó.
Dijo que fue una tarea difícil construir la ciudad, y tiene sentimientos encontrados y dice que su corazón está dividido entre ambos países.
“A veces quiero volver a Japón, pero ya me acostumbré a vivir aca”, confió. “Se podría decir que estoy en un 50% satisfecho de vivir en Paraguay, pero la inseguridad nos hace pensar en irnos a otro lado. Pero si no fuera por Paraguay, mis hijos y mis nietos no hubieran nacido”.
Los paraguayos descendientes de japoneses crearon centros educativos para la enseñanza de español y japonés.
En los colegios Nihon Hakko y Paraguayo Japonés, los pupitres son ocupados por igual cantidad de descendientes de japoneses como por niños sin ninguna vinculación con Japón. Los alumnos inician su jornada académica en el Nihon Hakko cantando el Himno Nacional Paraguayo.
En La Colmena, la Asociación Cultural Paraguayo-Japonesa organiza cada año el Seijin Shiki, un festejo tradicional que celebra a aquellos que cumplen 20 años – la edad en que los japoneses son considerados mayores de edad – sumados a otros festejos de eventos especiales del calendario japonés.
“Los centros fueron establecidos para que los niños puedan aprender japonés y español, pero es en el uso en la vida cotidiana y en las casas cómo mejor se aprende”, dijo Kasao Himuya, un adolescente que vive en La Colmena junto a sus padres japoneses.
Kasao, sin embargo, no nota una batalla cultural por crecer en Paraguay, dado que dice que ambas culturas jugaron un papel diferente en su adolescencia.
“Muchos de nosotros, los descendientes de japoneses, somos más paraguayos de lo que se imaginan”, afirmó.
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