Aquí aparecerán los Resultados de su búsqueda personalizada....

La Historia del Paraguay en 20 capítulos - Hoy capítulo 11


La disputa del Paraguay con Bolivia sobre el Chaco, un tira-afloja que se había palpitado durante décadas, finalmente enterró al liberalismo aunque haya ganado la posterior guerra. Las guerras civiles y una pésima diplomacia habían descuidado el establecimiento de fronteras entre los dos países durante el siglo que siguió a la independencia. Aunque Paraguay poseía el Chaco desde tiempos inmemoriales, el país hizo poco y nada para desarrollar esa región. Aparte de las colonias de menonitas desparramadas y tribus indias nómadas, pocas personas lo habitaban. Los reclamos bolivianos sobre el Chaco recrudecieron después de que Bolivia perdiera su costa marítima en manos chilenas durante la Guerra del Pacífico de 1879-84. Sin vías de salida al mar, Bolivia quiso copar el Chaco y extender su dominio sobre el río Paraguay para establecer puertos. Además el potencial económico del Chaco interesó vivamente a los bolivianos. El petróleo fue descubierto allí por la Standard Oil Company en los años veinte y varios sospecharon que una inmensa cuenca petrolífera yacía en toda el área entera. Irónicamente las dos mayores víctimas de Sudamérica en guerras y anexiones en el siglo pasado estaban dispuestas en enfrentarse en otra guerra sangrienta, esta vez por un pedazo de desierto aparentemente desolado.

Mientras los paraguayos luchaban ocupados entre ellos durante la guerra civil de 1922-23, los bolivianos establecían sigilosamente una serie de fuertes en el Chaco reconocidamente en esa época como paraguayo (creación de fortines Guachalla y Ballivián a márgenes del río Pilcomayo). Además adquirían armamentos a Alemania y contrataban oficiales militares alemanes para entrenar y organizar sus fuerzas. En 1927 fue muerto el teniente paraguayo Adolfo Rojas Silva en un incidente sangriento en Fortín Sorpresa y hubo inmensa frustración en el Paraguay sumado a un estatismo liberal en 1928 cuando el ejército boliviano estableció un fuerte en el río Paraguay llamado Fortín Vanguardia. En diciembre de ese año, el mayor paraguayo (luego coronel) Rafael Franco tomó cartas por propia decisión, ordenó un ataque por sorpresa contra el fuerte y tuvo un éxito entero destruyéndolo. Los derrotados bolivianos respondieron rápidamente tomando dos fuertes paraguayos. Ambos lados ordenaron la movilización general pero el gobierno liberal no se sintió preparado para la guerra y aceptó humillantemente reconstruir el Fortín Vanguardia para los bolivianos. Los liberales también recibieron críticas en todos los tonos cuando dio de baja a Franco, devenido como héroe nacional, en el ejército. Bolivia pensó en iniciar ahí mismo la guerra en 1928 pero una severa advertencia chilena la hizo volver atrás en sus ínfulas bélicas.

Como los diplomáticos de Argentina, los Estados Unidos y la Liga de Naciones dirigieron infructuosas conversaciones de "conciliación", el entonces coronel José Félix Estigarribia, el comandante de ejército del Paraguay, ordenó a sus tropas a ponerse en acción contra las posiciones bolivianas lo antes posible en 1931. Entretanto, la agitación nacionalista fomentada por la Liga Independiente Nacional aumentó agriamente. Formado en 1928 por un grupo de intelectuales, la Liga buscó una nueva era en la vida nacional que daría testimonio de un gran renacimiento político y social. Sus partidarios defendían una "nueva democracia" que barrerá el país de intereses egoístas partidarios e intromisiones extranjeras varias. Una verdadera amalgama de diversos ideologías e intereses, la Liga reflejó un deseo popular genuino para el cambio social. Cuando las tropas del gobierno en octubre de 1931 dispararon contra una chusma de estudiantes apoyando a la Liga delante del Palacio de López, la administración liberal de presidente José Guggiari perdió la escasa credibilidad que poseía.





El mismo Guggiari tuvo la nobleza de solicitar su propio juicio político aceptando su responsabilidad en ese trágico hecho. La Legislatura lo rechazó y aceptó en cambio su renuncia. Gesto que jamás consideró imitar el ex presidente Cubas Grau casi setenta años después ante las siete muertes en la Plaza del Congreso. Los estudiantes y soldados de la corriente "Nuevo Paraguay" (que buscaba barrer los partidos políticos corruptos e introducir reformas nacionalistas y socialistas) vieron eso como el resultado de que el liberalismo estaba moralmente en quiebra.

La Historia del Paraguay en 20 capítulos - Hoy capítulo 10


La revolución de agosto de 1904 nació como un movimiento popular pero el control liberal se pudrió en feudos seccionaleros, golpes militares y la guerra civil. La inestabilidad política era tan extrema en la era liberal a tal punto que hubo veintiún gobiernos en un periodo de treinta y seis años. Desde 1904 hasta 1922, el Paraguay tuvo quince presidentes, todos del mismo partido: el Liberal.

Los liberales para desquiciar al ejército del control partidario fundaron la Escuela Militar e instituyeron la Ley de Organización Administrativa para emprolijar la administración nacional. El adalid de tales reformas fue el futuro presidente Gondra.

Pese a una cierta mejoría económica, el país no sabía aún como convivir en democracia lo cual era inevitable que se desataran pasiones políticas a raíz de no poder adecuar los ideales proclamados a la realidad heredada. Los desequilibrios propios de toda época revolucionaria favorecieron la hipertrofia de las dos mayores reivindicaciones del partido liberal: el individualismo como motor de la sociedad política en vez del gregarismo tradicional y la autocrítica como factor del proceso democrático en vez del caudillismo. La exageración de esos dos factores llevó a la anarquía. A fines de 1905 declaran cesante al presidente Gaona y llevan al gobierno al general Benigno Ferreira en 1906.

Con todo, la situación andaba bien para el lado de los números: el comercio, las industrias y la producción iban con viento en popa. Se exportaba más a Europa y se llegó a un acuerdo para empalmar el ferrocarril nacional con el argentino para tener acceso a Buenos Aires lo cual se concretó pocos años después. Todo ese progreso no evitó la caída de Ferreira en 1908 en manos del nuevo hombre fuerte, el coronel Albino Jara.

Los colorados extrañando el poder, hicieron un pacto con Ferreira en Buenos Aires, Argentina. Mas fue reprimida una revuelta colorada en Laureles en 1909 haciendo a Jara aún más fuerte en su posición política. Gondra fue presidente en 1910 pero propalaba un dialogo con la oposición lo cual no gustó al coronel intransigente quien se ocupó de derrocarlo al año siguiente para elegirse a sí mismo como presidente ante un congreso temeroso.

1911, el año del Centenario de la Independencia patria, sorprendió a los paraguayos en plena anarquía. Hubo apenas margen para un sentido homenaje: "Canto Secular" pieza clásica de las letras paraguayas compuesta por Eloy Fariña Núñez.

Tan despótico que se manejó Jara desde el poder hizo que sus propios partidarios lo pusieran fuera de la puerta mayor del palacio de López. Lo sucedieron tres presidentes efímeros dándonos a entender lo turbulenta que fue esa época que se acabó con la muerte de Albino Jara tras el combate de Paraguari el 11 de mayo de 1912 abriendo así una puerta del para uno de los presidentes paraguayos más reputados: Eduardo Schaerer.

Con Schaerer quien se convertiría en el primer presidente en completar su mandato desde Egusquiza, se estableció un gobierno enérgico y la paz pública haciendo que las escuadrillas argentina y brasileña se marchen de las aguas nacionales. La Primera Guerra Mundial ocasionó mayores exportaciones paraguayas aumentando así el rendimiento ganadero con la creación de los primeros frigoríficos.

Lo sucedió en la presidencia Manuel Franco quien siguió el patrón austero en el orden financiero. Sobresalió al promulgar una ley electoral permitiendo el voto secreto y el registro permanente haciendo que los colorados puedan volver al congreso nacional sin necesidad de pactos. Muerto repentinamente en 1919, su vice, José P. Montero, debió afrontar la crisis desatada desde la Europa de posguerra que hizo cerrar frigoríficos y varias instituciones bancarias.

La calma política se quebró cuando los liberales radicales se escindieron en facciones partidarias de Schaerer y de Gondra cuando éste último se sentó en el sillón de Don Carlos López. El desencuentro empezó con la negativa de la juventud del partido liberal a acatar la jefatura de Schaerer plegándose a Gondra. Schaerer acusó a Guggiani, ministro de interior de incidentar a la juventud en su contra y exigió su renuncia. Gondra renunció a la presidencia el 29 de octubre de 1921 pese a que el congreso la había rechazado. Insistió el renunciante esta vez explicando que el ejército no demostraba mucha lealtad hacia su investidura presidencial.

Ambas facciones se pusieron en acuerdo en delegar el poder a Eusebio Ayala mas no tardaron en estallar los primeros combates. En mayo de 1922, Adolfo Chirife, pintoresco coronel con marcada influencia prusiana favorable a Eduardo Schaerer se alzó en armas con el apoyo del partido colorado empezando una guerra civil larga que no acabó hasta la muerte del caudillo militar por una neumonía en plena campaña a mediados de 1923.

Gondra sonrió ante la oportuna muerte de Chirife y aún más sonrió cuando Eligio Ayala asumió el poder. El auge de la industria algodonera y la reapertura de los frigoríficos ayudaron muchísimo a cicatrizar las heridas de la guerra civil y a la vez hizo subir el prestigio del mando de Eligio Ayala quien inició políticas de austeridad administrativa y de estabilidad financiera. Hubo por primera vez un superávit presupuestal y ese excedente se volcó en la compra de armamento y enviando a jefes militares (incluyendo a Arturo Bray y Estigarribia) a Europa para perfeccionamiento de sus conocimientos militares previniendo sagazmente el futuro ya que en esos tiempos, Bolivia realizó penetraciones sistemáticas sobre el Chaco paraguayo aprovechando la guerra civil del 1922-23.

Eligio Ayala dio gran libertad política: los "schaeristas" y los "gondristas" se juntaron nominalmente para usar el viejo nombre del partido liberal haciendo que el presidente pueda gobernar sus cuatro años sin estado de sitio. Además invitó a los colorados a renunciar a su exilio abstencionista mediante una ley electoral. El antiguo partido del general B. Caballero retornó finalmente por decisión propia en las elecciones parlamentarias de 1927 y las presidenciales de 1928. En estas últimas salió vencedor José P. Guggiani conocido propulsador de la pacificación y democratización del Paraguay.

Los años de la presidencia de Guggiani fueron de estabilidad política y económica: respeto de la ley, libertad de trabajo, celosa administración de la hacienda pública, moneda estable, convivencia armónica entre el capital y el trabajo, paz política emergente del acuerdo institucional de los dos partidos tradicionales, libertad de prensa, comicios irreprochables, oposición parlamentaria seria y tribunales independientes.

La crisis mundial de 1929 salpicó el país pero sin afectarlo mucho. Pero lo que si lo afectó fue la oleada de las revoluciones en casi todos los países latinoamericanos; la política local sintió la influencia de la "moda" totalitaria tendiente hacia la derecha.

Las políticas liberales de "laissez-faire" permitieron a un puñado de hacendados ejercer un mando casi feudal en el campo, mientras los campesinos no poseían tierra alguna en propiedad y los intereses extranjeros manipularon las fortunas económicas de Paraguay. Los liberales como los colorados eran una profundamente fraccionalizada oligarquía política. Las condiciones sociales, siempre marginales en el Paraguay, se agravaron feamente durante la Gran Depresión de los años treinta. El país visiblemente necesitaba urgentes reformas sobre condiciones laborales, servicios públicos y educación. Así se fijó el escenario para una reacción nacionalista anti-liberal que cambiaría bruscamente la dirección de la historia paraguaya.

La Historia del Paraguay en 20 capítulos - Hoy capítulo 9




Malherido por la guerra, la pestilencia, una terrible hambruna, una espantosa reducción de la población (el país había perdido el 75 por ciento de su población) y las nunca pagadas indemnizaciones por parte de los aliados, el Paraguay estuvo al borde de la desaparición en 1870. Pero su tierra fecunda y el atraso global uniforme nacional probablemente lo ayudaron a sobrevivir. Después de la guerra, el pueblo eminentemente rural de Paraguay continuó subsistiendo como lo había hecho durante siglos y había desarrollado una existencia magra en el interior bajo condiciones difíciles e inimaginables. La sobrepoblación femenina ocasionó que hubiera un informal sistema basado en el matriarcado tendiente hacia una poligamia que permitió capear en unas décadas esos baches demográficos. La ocupación aliada de Asunción en 1869 otorgó a los vencedores el manejo directo de los asuntos locales. Mientras Bolivia empezó a reclamar insidiosamente sobre sus oscuras pretensiones sobre el Chaco entero, la Argentina y el Brasil se fagocitaron buenos pedazos del territorio paraguayo (alrededor de 154.000 kilómetros cuadrados). Así se les fueron a los guaraníes las actuales provincias argentinas de Formosa y Misiones en forma casi integra y una buena parte del actual estado brasileño de Matto Grosso do Sul. Las Cataratas de Iguazú muy famosas en el mundo, antaño eran, en parte, paraguayas, ahora son compartidas por los colosos sudamericanos para provecho suyo (léase divisas en turismo). Asunción, otrora ciudad rodeada por territorio nacional soberano, comparte ahora con Buenos Aires la curiosidad de ser ciudades fronterizas a la vez que son capitales de sus países.

Brasil sufrió la peor parte de la lucha: con más o menos 150.000 muertos y 65.000 heridos, gastó un aproximado de 200 millones de dólares actuales en la guerra y sus tropas eran el mayor ejército de ocupación en el país, era lógico que Río de Janeiro hiciera sombra a Buenos Aires en el manejo de asuntos de Asunción. Las ruidosas diferencias entre las dos potencias prolongaron la ocupación hasta el año 1876. El control de la economía paraguaya pasó raudamente a las manos de los especuladores extranjeros y aventureros que se precipitaron a tomar ventaja del caos desenfrenado y descontrolable corrupción. El vacío interior de la política nacional fue llenado al principio por sobrevivientes de la Legión Paraguaya. Este grupo de desterrados, localizado en Buenos Aires, consideraba al difunto mariscal López como un peligroso dictador y había apoyado las acciones de los aliados durante la guerra. Esa agrupación formó una suerte de gobierno provisional en 1869 con el guiño brasileño y firmó los acuerdos de las paces de 1870 que garantizaron la independencia de Paraguay y la libre navegación fluvial. También se promulgó una constitución en este mismo año, pero era ineficaz debido al origen extranjero de sus principios democráticos y liberales. Después de que el último soldado aliado había abandonado el país en 1876 una victoria diplomática que desestimó las pretensiones argentinas sobre el área entre el río Verde y el río Pilcomayo fallada por una comisión encabezada por Rutherford B. Hayes, presidente norteamericano; la era de política por partidos en Paraguay comenzó definitivamente. Pero la evacuación de fuerzas extranjeras no significó el fin de las influencias extranjeras. El Brasil y la Argentina permanecieron (y aún permanecen hasta el día de hoy) profundamente involucrados en el Paraguay gracias a sus conexiones con las fuerzas políticas más importantes. Estas fuerzas llegaron a ser conocidas como el coloradismo y el liberalismo en un futuro corto.

Entre tantas vicisitudes hubo margen para la educación del país. De la mano de Benjamín Aceval se fundó en 1877 el Colegio Nacional de la Capital. Con los primeros egresados en 1882 se fundó la Escuela de Derecho. Con la presencia del ex presidente argentino Domingo Sarmiento, eximio docente sudamericano entre 1887 y 1888 (año de su muerte en Asunción) se impuso la creación de la Ley de Educación Común y varios organismos de supervisión de la educación.

Era de esperar que en 1890 brote de pura madurez la fruta más esperada: la Universidad Nacional de Asunción.


Los Liberales y los Colorados

La larga y legendaria rivalidad política entre los liberales y los colorados apareció por primera vez en 1869 pero con los términos azules y colorados como eran conocidos en esa época. La Asociación Nacional Republicana, o sea el Partido Colorado, dominó la vida política paraguaya desde los últimos años de la década de 1880 hasta 1904 cuando los liberales lo derrocaron. Ese ascenso liberal marcó el declive del Brasil que había apoyado al coloradismo como fuerza política principal en el Paraguay y comenzó el periodo de influencia argentina.

En la década que siguió a la guerra, los principales conflictos políticos paraguayos reflejaron la lucha liberal-colorada. Los legionarios batallaban contra los lopiztas (ex seguidores del mariscal López) por el poder mientras la Argentina y el Brasil intrigaban detrás de la cortina. Los legionarios veían en los lopiztas como unos reaccionarios que abjuraron convenientemente del régimen fenecido para poder participar en la nueva era del país. Los lopiztas acusaban a los legionarios de traición a la patria y de títeres de extranjeros. Esa situación desafió categorías políticas bien definidas, ya que muchas personas cambiaban constantemente de bando. En buen idioma moderno, se diría que se cambiaban de club deportivo con suma facilidad. El oportunismo personal, no la pureza ideológica, marcó a fuego esta era.

Los legionarios eran una abigarrada colección de refugiados y exiliados que databan desde los viejos tiempos del Supremo. Su oposición a la tiranía era sincera y profesaban preferencias políticas democráticas. Regresando a la patria pobre y xenófoba desde la cosmopolita y próspera Buenos Aires fue un shock muy grande para los legionarios. Creyendo que con más libertad se curarían los problemas del Paraguay, abolieron la esclavitud y fundaron un gobierno constitucional tan prontamente lograron hacerse del poder. Basaron el nuevo gobierno sobre las reglas liberales normales de la libre empresa, elecciones libres y el comercio libre.

Los legionarios, sin embargo, no tenían más experiencia en democracia como los otros paraguayos. La constitución de 1870 se evidenció no aplicable a la situación nacional. La política se degeneró en partidarismos y el faccionalismo e intrigas varias malamente prevalecieron. Los presidentes que se sucedían actuaban como dictadores, las elecciones nunca fueron libres y los legionarios perdieron el poder en menos de una década.

Las elecciones libres eran una sorprendente y no muy bienvenida innovación para los paraguayos comunes que siempre se habían aliado con un patrón que oficiaba de bienhechor en materia de seguridad y protección. Al mismo tiempo, la Argentina y el Brasil no estaban seguros de dejar al Paraguay con un sistema político verdaderamente libre. El jefe militar pro argentino Benigno Ferreira surgió como dictador de facto hasta su derrocamiento con apoyo brasileño en 1874. Ferreira volvió para llevar a cabo el golpe liberal de 1904. Luego Ferreira fue presidente de la República entre 1906 y 1908.

Albores Colorados

Cándido Bareiro, el ex agente comercial de López en Europa, regresó al Paraguay en 1869 y formó una gran facción lopizta. Reclutó al general Bernadino Caballero, un héroe de guerra con antigua intimidad con el finado mariscal López. Después del turbio asesinato del presidente Juan Bautista Gil en 1877, Caballero usó su poder como comandante del ejército para garantizar la elección de Bareiro como presidente en 1878. Pero como Bareiro murió en 1880, Caballero se largó a tomar el poder en un golpe. Ese veterano de guerra de larga barba dominó la política paraguaya de las siguientes dos décadas como presidente o a través de su poder militar. Su ascenso al poder fue notable ya que trajo cierta estabilidad política, fundó un partido gobernante, el colorado, para regular la elección de presidentes y la distribución de favores políticos y inició un lento proceso de reconstrucción económica.Pese a su inocultable idolatría hacia el Supremo, los colorados desmantelaron el original sistema de socialismo estatal de Gaspar Rodríguez de Francia. Los colorados, desesperados por dinero contante y sonante debido a pesadas deudas contraidas en Londres durante el periodo postguerra, puso en venta las inmensas tenencias del Estado que comprendían más de 95 por ciento de la tierra del Paraguay. El gobierno de Caballero vendió la mayor parte de esa tierra a los extranjeros en grandes tajadas. Mientras políticos colorados metieron mano en las ganancias y se transformaban en grandes hacendados, se obligó a campesinos, ya considerados como intrusos, que cultivaban la tierra por varias generaciones atrás a abandonarla y que emigraran en la mayor parte de los casos. Hacia el año 1900, setenta y nueve personas poseían la mitad de la tierra del país.

Aunque el liberalismo había defendido la política de la venta de la tierra, la impopularidad de las ventas y la evidencia de la penetrante corrupción gubernamental colorada produjeron una tremenda indignación opositora. Así, los liberales se transformaron en amargos enemigos de la política de la venta de tierra máxime cuando Caballero descaradamente arregló la elección de 1886 para asegurar la victoria del general Patricio Escobar. Los ex legionarios, idealistas reformadores y antiguos lopiztas se unieron en julio de 1887 para formar el Centro Democrático, antepasado directo del partido Liberal para poder exigir elecciones libres, el fin inmediato de la venta de tierras, control civil del ejército y un gobierno decente. Caballero respondió junto con su principal consejero, José Segundo Decoud y el general Escobar formando el partido Colorado un mes después, formalizando la ruptura del escenario político nacional.

Ambos grupos eran profundamente seccionalizados aunque muy poca ideología verdadera los diferenciaba. Los partidarios colorados y liberales cambiaban de lado cuando les convenía. Mientras los colorados reforzaban su monopolio del poder, los liberales clamaban reformas. Frustrados, los azules provocaron una fallida revuelta en 1891 que produjo cambios en 1893 cuando el ministro de Guerra, general Juan B. Egusquiza (colorado), derrocó al presidente mantenido por Caballero, Juan G. González. Egusquiza sorprendió a los colorados con la decisión de compartir el poder con los azules, movimiento que provocó divisiones internas en ambos partidos. El ex legionario Ferreira, junto con el ala cívica del liberalismo, se unió al gobierno de Egusquiza, quien dejó la presidencia en 1898, para permitir a un civil, Emilio Aceval, hacerse presidente de la República. Los liberales radicales quienes se oponían a compromisos con sus enemigos colorados, boicotearon el nuevo arreglo. El viejo Bernardino Caballero boicoteó también esa alianza y conspiró para derrocar el gobierno civil teniendo éxito cuando el coronel Juan Antonio Ezcurra tomó el poder en 1902. Esta intentona fue la última victoria política de Caballero. En 1904, Ferreira, con el apoyo de civiles, radicales y egusquistas, invadió el país desde la Argentina. Después de cuatro meses de guerra civil, Ezcurra firmó el Pacto de Pilcomayo a bordo de un cañonero argentino el 12 de diciembre de 1904 y abandonó el poder en manos liberales.

La Historia del Paraguay en 20 capítulos - Hoy capítulo 8


Solano López consolidó su poder después de la muerte de su padre en 1862 imponiendo silencio a varios críticos y aspirantes a reformador a través de la cárcel. Otro congreso paraguayo lo eligió presidente unánimemente. Solano López hubiera hecho bien en considerar las últimas palabras de su padre que le aconsejaba evitar actos agresivos en los asuntos extranjeros sobre todo con el Brasil. La política exterior de Solano López subvaloró inmensamente a los vecinos de Paraguay y otorgó excesivo valor al potencial de Paraguay como una potencia militar.

Los observadores discreparon grandemente sobre Solano López. George Thompson, un ingeniero inglés que trabajó para el joven López (el británico se distinguió como oficial paraguayo durante la Guerra de la Triple Alianza y después escribió un libro sobre su experiencia) tenía palabras ásperas para su ex-patrón y comandante y lo llamaba "un monstruo sin igual". La conducta de Solano López ponía en evidencia tales cargos. En primer lugar, los cálculos erróneos y ambiciones de Solano López zambulleron al Paraguay en una guerra con la Argentina, el Brasil y el Uruguay. Esa guerra produjo la muerte de la mitad de la población paraguaya y casi eliminó al país de la faz de la Tierra. Durante la guerra, Solano López decretó las ejecuciones de sus propios hermanos y mandó a torturar a su madre y hermanas cuando sospechó de ellos como opositores. Miles de personas, inclusive los mejores soldados y generales también sufrieron la muerte delante de pelotones de fusilamiento o ser descuartizados por órdenes de Solano López. Otros vieron en Solano López como un paranoico megalómano, un hombre que quiso ser el "Napoleón de Sudamérica" solo para reducir su país en la ruina y convertir a sus compatriotas en mendigos en su vana búsqueda de gloria.

Sin embargo los nacionalistas paraguayos simpatizantes de ese militar y los historiadores revisionistas extranjeros han retratado a Solano López como un patriota que, pese a sus defectos de conducta, se resistió hasta el último hálito los planes argentinos y brasileños en Paraguay dando así su propia vida en la última batalla. Para ellos el mariscal era una figura trágica atrapada en un tejido de duplicidad argentina y brasileña y que movilizó la nación para expulsar a sus enemigos y los rechazaba heroicamente durante cinco sangrientos años llenos de horror hasta que Paraguay fue totalmente invadido y postrado. Durante los años de Stroessner, los paraguayos consideraban a Solano López como el máximo héroe de la nación. Esa glorificación stronista de un mariscal vanidoso y derrotado fue considerada para mucha gente como una maniobra para tapar la memoria brillante y fresca de un mariscal decente y vencedor en la posterior Guerra del Chaco pero que comulgaba ideas liberales que era José Félix Estigarribia.

El fracaso principal de Solano López fue que no captó los cambios que se habían producido en la región desde los tiempos de Francia. Bajo el mandato de su padre, las prolongadas, sangrientas y confusas señas de nacimiento y crecimiento de los estados rioplatenses, las políticas belicosas del Brasil y las políticas neutrales de Francia funcionaron preservando la independencia paraguaya. Pero el caso se afeó cuando la Argentina y el Brasil afirmaron finalmente sus identidades y se mostraron más unidos en su interior. Por ejemplo, Argentina empezó a tratar sus asuntos exteriores como una nación y no como parte de la región como esperaban los paraguayos. El esfuerzo de Solano López de equiparar al Paraguay como un poder regional a la par de la Argentina y del Brasil solo acarrearía funestas consecuencias.


El estallido de la Matanza de América

Solano López interpretó la intervención brasileña en Uruguay en septiembre de 1864 como un desaire a los países menos fuertes de la región. Estuvo correcto el presidente paraguayo en la idea de que ni Brasil tampoco Argentina prestaron alguna atención a los intereses de Paraguay cuando formularon sus políticas. Pero concluyó incorrectamente que el poder conservar la independencia uruguaya era crucial para el futuro de Paraguay como nación. Siguió con sus planes para crear al Paraguay como una "tercera fuerza" entre Argentina y Brasil, Solano López comprometió a la nación en la ayuda al Uruguay. Como Argentina no reaccionó a la invasión del Brasil al Uruguay, Solano López capturó un buque de guerra brasileño en noviembre de 1864. Luego prosiguió con una invasión al Matto Grosso, Brasil, en marzo de 1865, una acción que demostró ser uno de los pocos éxitos paraguayos durante la guerra. Solano López decidió golpear a la fuerza principal de su enemigo en la propia tierra uruguaya. Pero no se percató de que la Argentina había aprobado tibiamente a la política de Brasil sobre el Uruguay y no apoyaría al Paraguay contra el Brasil. Cuando el ya autonombrado mariscal Solano López pidió permiso para cruzar territorio argentino para su ejército para poder atacar la provincia brasileña del Río Grande do Sul, Argentina se negó no muy claramente a ese pedido. Decidido igualmente el mariscal envió sus fuerzas a través de la provincia argentina de Corrientes que se interponía entre Paraguay y la ya citada provincia brasileña y esperó encontrar ahí apoyo local fuerte que tenía memoria confederada, empleaba misma lengua guaraní y odio hacia el dominante porteño, lo cual lo halló pero a medias. En cambio, esa acción decidió a Argentina, al Brasil y al Uruguay (ahora reducido como estado títere) para firmar el Tratado de la Triple Alianza en el mayor de los secretos en mayo de 1865. Bajo el tratado estas naciones se juramentaron destruir al gobierno de Francisco Solano López y repartir el país entre las mayores potencias.

Paraguay no estaba para nada preparado para una guerra de escala mayor, pero el mariscal igual decidió hacerla. En términos de cantidad, el ejército paraguayo con 30.000 hombres era el más poderoso en América Latina. Pero la fuerza del ejército era una mera ilusión ya que le faltaba una dirección especializada, una provisión fiable de armas y material y reservas adecuadas. Desde los días del Supremo, los cuerpos de oficiales habían sido abandonados por razones políticas. El ejército padeció una escasez crítica de personal capacitado y de rango y muchas de sus unidades combatientes estaban mal entrenadas. Al Paraguay le faltó la base industrial para reemplazar las armas perdidas en batalla y la alianza argentino-brasileña bloqueó la recepción paraguaya de armamento enviado desde el extranjero. La población de Paraguay sólo llegaba a aproximadamente 450.000 en 1865, un número más bajo que la cantidad de efectivos de la Guardia Nacional brasileña, y era equivalente a la vigésima parte de la población aliada combinada que sumaba once millones de almas. Solano López llegó a reclutar hasta niños de diez años y forzar a las mujeres a realizar tareas no militares pero aún así, jamás pudo desplegar en el campo de batalla un ejército más grande que el de sus rivales.

Aparte de algunas victorias paraguayas en el frente norteño, la guerra fue un desastre para el mariscal López. El grueso del ejército paraguayo entró en Corrientes en abril de 1865. Para julio del mismo año más de la mitad de la fuerza de 30.000 hombres fue exterminado o capturado junto con las mejores armas y artillería. La guerra tórnose en un desesperado forcejeo para la supervivencia de la nación. Era salir a matar o morir. En mayo de 1866, los paraguayos libraron la batalla de Tuyutí, que fue una espantosa derrota.

Los periodistas ingleses publicaron el tratado secreto de la Triple Alianza. Eso provocó innumerables reacciones a favor del Paraguay. El afamado jurista argentino Alberdi de tendencia confederada desde Europa se convirtió en el campeón de la causa paraguaya y los países americanos con costa en el Pacífico clamaron por un cese inmediato de hostilidades y protestaron agriamente por los términos del tratado. El presidente de Bolivia, general Melgarejo, hasta ofreció un ejército de 12.000 hombres a favor del mariscal López. Desde el momento en que el territorio argentino quedó libre de invasores, la opinión de las provincias argentinas e importantes hombres públicos porteños juzgaron que no había más razón de guerra, pidieron un cese de fuego inmediato y abogaron por el Paraguay. Esa misma gente impidió que Argentina hiciera efectiva su parte del tratado secreto (que era repartir el Paraguay con el Brasil) después de la guerra aunque aceptó la anexación de territorios paraguayos a su país.

Mientras tanto en medio de esa polémica mundial, los aliados sufrieron una estrepitosa derrota en Curupaity el 22 de septiembre de 1866 a manos del valiente coronel José Eduvigis Díaz y sus pocos hombres en la cumbre del cerro del mismo nombre. Del lado aliado, hubo decenas de miles de muertos mientras los guaraníes solo perdieron menos de cien. Fue algo muy chocante sobre todo para la moral argentina, que hasta consideró retirar su ejército de la Alianza.

Los soldados paraguayos desplegaron una inusitada valentía suicida, sobre todo considerando que Solano López mandó a fusilar o torturar a varios de ellos hasta por nimias ofensas. Las unidades de la caballería operaron de a pie por falta de caballos. Batallones de infantería navales armados sólo con machetes atacaron acorazados brasileños. Los ataques suicidas produjeron verdaderos campos de cadáveres. Pero el cólera también se cobró su cuota. A través de 1867 Paraguay había perdido 60.000 hombres por acciones bélicas, enfermedades varias o capturas y otros 60.000 soldados fueron llamados bajo bandera. Solano López inclusive alistó esclavos y las unidades de infantería reclutaron hasta a niños. Se obligaron a las mujeres a que realizaran trabajo de apoyo detrás de la línea de fuego. La escasez de material era tan severa que las tropas paraguayas entraron semidesnudos al combate e incluso hasta coroneles fueron descalzos al campo de acción, según un observador. El carácter defensivo de la guerra, combinado con la tenacidad paraguaya y la ingenuidad y la dificultad que ocasionó la mutua cooperación que tenían los brasileños y argentinos, dio al conflicto un carácter de guerra friccionada. Al Paraguay le faltaron los recursos para poder continuar la guerra contra los gigantes de Sudamérica.

Cuando la guerra se acercó a su inevitable desenlace, Solano López se imaginó rodeado por una inmensa conspiración, entonces ordenó miles de ejecuciones en el ejército además de dos hermanos y dos cuñados, ministros, oficiales militares y cerca de 500 extranjeros, incluyendo varios diplomáticos. Era el famoso "proceso de San Fernando", un capítulo negro y vergonzoso de la historia guaraní. Ordenó matar a sus víctimas con lanzas para poder ahorrar municiones. Los cuerpos fueron enterrados en una fosa común. Su cruel tratamiento para con los prisioneros era proverbial. El mariscal López condenó a sus propios soldados a la muerte si ellos no cumplían hasta el más mínimo detalle sus órdenes. "Conquistar o morirse" era el lema diario.



La rendición tras largo sitio del fuerte de Humaitá ante fuerzas argentinas el 24 de julio de 1868 fue decisivo para el curso de la guerra porque ese fuerte era la llave de entrada al Paraguay. Tan heroica fue la resistencia paraguaya que cuando salieron los hombres semidesnutridos y casi desnudos, sin municiones, fueron acogidos con altos honores de parte del enemigo en reconocimiento a su valor en combate. En Ytororó y Abay, el general Bernardino Caballero ofreció gallarda resistencia hasta el último hombre contra los avances brasileños para que el mariscal pudiera organizar una batalla decisiva en las Lomas Valentinas donde en 17 de diciembre de 1868 fue atacado igualmente por fuerzas enemigas muy grandes. López pudo salir en retirada después de siete días de combates pero no sin haber fusilado antes a su hermano Benigno López, al obispo Palacios y su canciller José Berges.

Las tropas aliadas entraron en Asunción en enero de 1869, pero Solano López tuvo suerte porque el marqués brasileño Caxias consideró que ocupando la capital en vez de prenderlo daba por terminada la guerra. López logró rejuntar un ejército de 12.000 almas que en realidad eran viejos, niños y mujeres entre Azcurra y Caacupé. Al Brasil le irritó esa cuasi milagrosa supervivencia del tirano paraguayo y decidió continuar la guerra ya sin cuartel. Los argentinos y uruguayos consideraron que ocupando Asunción la guerra se acabó para ellos, dejaron unos regimientos en el lugar y se marcharon de regreso a sus países.

Los brasileños hicieron salvajadas. El 12 de agosto de 1869 ganaron la dramática batalla de Piribebuy y no conformes con eso, incendiaron el hospital repleto de heridos y degollaron al comandante del lugar el mayor Pedro Pablo Caballero. El 16 de agosto de 1869, López dispuso un ejército integrado enteramente por niños para enfrentar a las hordas brasileñas en el fatídico combate de Acosta Ñú… ninguno de los infantes sobrevivió. Hoy en la actualidad en esa fecha se celebra el Día del Niño en todo el territorio paraguayo con una sensibilidad especial.

López debió de huir aún más dentro del país hasta que encontró la muerte lanceado por un soldado brasileño a orillas del arroyo Aquidabán en Cerro Corá. Fue el día 1° de marzo de 1870. Con las palabras postreras "muero con mi patria" en los labios del cruel tirano se acabó la guerra más sangrienta que jamás ha visto América. El año 1870 marcó el punto más bajo en la historia paraguaya. Cientos de miles de paraguayos habían muerto. Degradado y prácticamente destruido, el Paraguay tuvo que soportar una larga ocupación por tropas extranjeras y ceder enormes extensiones de territorio soberano al Brasil y a la Argentina.

A pesar de varias versiones de los historiadores de lo que pasó entre 1865 y 1870, el mariscal Francisco Solano López no era totalmente responsable de la guerra. Sus causas eran muy complejas e incluían el enojo porteño por la añeja intromisión de Carlos Antonio López en Corrientes. El viejo López también había enfurecido a los brasileños por no haber ayudado a derrocar al tirano porteño Rosas en 1852 y por haber forzado a tropas brasileñas fuera de territorio reclamado por Paraguay en 1850 y 1855 en vez de intentar un trato muy flexible con ellos. Carlos A. López se resintió por haber concedido derechos de navegación libre al Brasil sobre el Río Paraguay en 1858. Argentina le disputó la propiedad del territorio de Misiones que estaba entre el Río Paraná y Río Uruguay y Brasil tenía sus propias ideas sobre el límite brasileño paraguayo. A estos problemas se le agregó el vórtice uruguayo que tocó el ego de Solano López. Carlos Antonio López había sobrevivido principalmente gracias a una buena dosis de cautela y un poco de suerte. Lo que precisamente le faltó a su díscolo hijo.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...