Acorralado aún más, Oviedo, manteniendo en forma directa el control de la policía, cuyos comandantes respondían netamente a sus mandatos, ordenó un ataque inmisericorde con todos los elementos con que disponía la misma. Carros de agua, gases lacrimógenos, balas de goma, la policía montada, cuerpos de choque, y todo tipo de dispositivos fueron lanzados y realizados contra la multitud, que enfrentó estoicamente esta situación.
Ante la imposibilidad de despejar la plaza para introducir a sus partidarios, aplicó lo más descabellado de su tormentosa acción política. Entre sus partidarios, que se enfrentaban a la multitud en las barricadas, con bombas de estruendos y todo tipo de objetos contundentes, llegada la noche del Viernes de Dolores (Liturgia Católica), del 26 de marzo, distribuyó individuos con armas de fuego, estratégicamente en distintos puntos y en edificios de altura, e impulsó el ataque directo de estos a los manifestantes. Con estos francotiradores disparando a discreción, matando e hiriendo a multitud de personas creía que esto disgregaría a la muchedumbre y los haría dispersarse, y replegarse despavoridos; o bien, que se produciría su tan ansiada revuelta popular. No escatimó esfuerzos, hizo replegar a las fuerzas del orden hacia sus partidarios, viéndose claramente en las transmisiones televisivas en vivo como estos (la policía), también formaban parte de tan abominable acción a favor de los oviedistas.
Mientras las balas arreciaban, era indescriptible la sensación en el lugar; en medio de estruendos de las explosiones, de la humareda de las bombas, de las barricadas y del ulular de las ambulancias, se escuchaba nítidamente el vigoroso, frenético, incansable e incesante tañer de las campanas de la Catedral Metropolitana de Asunción; que con su lastimero y lloroso repicar, arropaban a la valiente juventud que gallarda y con bravura sin par, anteponían sus cuerpos, y ofrendaban sus vidas, manteniendo las barricadas ante la arremetida de los asesinos; cayendo algunos ante el fuego de los vandálicos fratricidas. También ésta se convertía en improvisado sitio de atención de los heridos evacuados de las barricadas. Eran impresionantes las escenas dantescas; donde ella asistía atónita de como hermanos (?) paraguayos mataban a paraguayos por posiciones políticas dispares.
Aún ante las balas, los jóvenes más que nadie, se mantuvieron incólumes mientras se transmitían los sucesos en directo por las cadenas de televisión, donde la comunidad internacional veía con asombro y estupor, caer muertos y heridos a los manifestantes, y como los sicarios disparaban a mansalva sobre la multitud desprotegida ante la mirada cómplice de la policía.
Ni la policía montada podía contra los manifestantes que se mostraban más decididos con cada arremetida de los efectivos policiales, que a pesar de emplear todos sus recursos, no pudo desalojar a la multitud que valientemente los enfrentaba.
Cubas en un último gesto, intentó tomar la plaza con tanques de la caballería motorizada. Mandó movilizar un contingente importante desde la ciudad de Cerrito, distante a unos 70 kilómetros de Asunción.
En el trayecto, entrando en Asunción, la ciudadanía de cualquier nivel social, interponían sus propios vehículos, aminorando la marcha, para hacer más difícil el desplazamiento de estos carros de combate, que debían realizar disparos intimidatorios para poder avanzar. En los alrededores de la plaza se improvisaron barricadas y piquetes, donde personas, jóvenes y mayores, ponían sus cuerpos, vehículos, y todo tipo de elementos a su alcance para evitar que las tanquetas llegasen hasta las mismas plazas. Cada sector del espectro combativo de la patria, alentaba, asistía y luchaba firme con la consigna de no abandonar las mismas. Bajo este compromiso, la multitud se replegó hacia la Catedral de Asunción, cobijándose bajo su techo, y mediante el apoyo abierto y firme de la clase eclesial y pastoral, se mantenían firmes en vigilia ante los eventos que vendrían.
Mientras, el Juicio Político, iniciada por la Cámara de Diputados, que lo había aprobado el día 24 en una repentina, histórica y ajustada votación de dos tercios de los votos necesarios, continuaba en la Cámara de Senadores, que recibía los descargos a las imputaciones, y seguía inexorablemente los procedimientos para la destitución de Cubas. Viendo que las circunstancias cada vez les eran más desfavorables, éste aceptó una negociación forzada con el Senado, con la Comunidad Internacional a través de sus embajadores y con los jefes presidenciales del Mercosur.
Presentó la renuncia, adquirió fueros de parlamentario, y pidió asilo político al Brasil, donde fue a refugiarse; mientras que Oviedo se fugaba a la Argentina, donde obtuvo también un asilo político gracias al presidente argentino Carlos Menem de quien es amigo y socio "comercial".
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