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Kaá-Yarí la dueña de los Yerbatales

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Dibujo de Viviana Mendez, Artista Plásica: http://vivianamendez.blogspot.com/
Caa Yarí. Collage




















Los guaraníes, profundos conocedores de la selva y de sus misteriosos, aprovecharon desde siempre las propiedades estimulantes de la llex paraguariense ( como lo llamaban los científicos), un arbusto que crece espontáneamente bajo los grandes árboles y cuyas hojas, secas y molidas, brindan la sabrosa bebida del mate.

Tanto los colonos de la Asunción, como los sacerdotes jesuitas poco después, organizaron la explotación y distribución de la yerba mate, que muy pronto se convirtió en la bebida más popular de las colonias del Plata.

Sin embargo, durante varios siglos no se conocieron plantaciones. Algunos trabajadores- siempre aborígenes o mestizos- se internaban en la selva en busca del codiciado arbusto. Al encontrar un yerbal, cortaban sus brotes tiernos que, envueltos en una gran red de cuero, se echaban a la espalda. La red y su carga formaban el rairo, y el trabajador que las transportaba hasta la balanza era llamado minero porque- como el buscador de minerales- se limitaba a recolectar lo que la naturaleza ofrecía.

Pero la tarea no era fácil. Había que encontrar un yerbal lo suficientemente extenso para que no se agotara pronto y que estuviera, además, no demasiado lejos de la balanza donde el minero entregaba el fruto de su trabajo.

Para eso contaba con la Caá-Yarí, la dueña de la yerba, una mujer joven, hermosa y rubia, sólo visible para el minero que hacía pacto secreto con ella.

Cuando un trabajador quería vivir seguro de la recolección de yerba silvestre, esperaba los días de Semana Santa, entraba a la iglesia del pueblo o la misión, prometía solemnemente vivir siempre en los montes y, sobre todo, no mantener trato alguno con otra mujer que no fuera la Caá-Yarí. Hecho el voto, se internaban en lo más profundo del monte para dejar, bajo una mata de yerba, un papelito doblado con su nombre y un día determinado: era su primera cita con la Caá-Yarí.

Ese día debía reunir todo su valor, porque la hermosa joven- para probarlo- lanzaba contra él cuanta alimaña rondaba por la selva: víboras, tigres, chanchos del monte, implacables arañas e insectos venenosos. Si pasaba la prueba y llegada a la cita, recibía el premio: podía ver y tocar a la Caá-Yarí, quien desde entonces llenaba para él los más voluminosos rairos y además- invisible para todos, salvo para su minero- se subía sobre esos grandes bultos para aumentar su peso cuando el trabajador los depositaba en la balanza.

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